lunes, 29 de junio de 2009

Técnica Descriptiva



Se ha dicho que la descripción es el retrato de las cosas. Es decir, que esta técnica consiste en reflejar los lugares, las personas, los animales y las cosas, lo más fielmente posible. Para lograrlo hay varias maneras. Una descripción puede ser breve, precisa e impersonal, manejada en lenguaje directo; o bien, puede ser recia y llena de vigor, dependiendo de las circunstancias.
Por medio de la descripción podemos crear el escenario y retratar a los actores de un suceso real o imaginario. La descripción debe ir de mayor a menor, de lo general al detalle; debe abarcar la forma, el color, el olor y sabor de las cosas. Al hacer una descripción debemos exponer las emociones y sentimientos que la imagen nos producen y si es posible las comparaciones que nos sugiere.
Cuando se trata de figuras humanas, debemos pasar de lo externo a lo interno, y tratar de reflejar un poco de personalidad espiritual del sujeto descrito, reuniendo los rasgos más característicos y destacando los detalles que pueden tener algún valor descriptivo. El objetivo0 es que el lector se trace una imagen del objeto o sujeto, tan real como si la hubiese visto personalmente.
En la descripción debemos huir de los párrafos largos y de las construcciones complicadas aún cuando éstos sean gramaticalmente correctos. Al comienzo de los párrafos no deben emplearse frases débiles y explicativas; no deben emplearse palabras excesivas para expresar lo que puede hacerse con una sola; y por último no debe abusarse de las juergas populares y de los tecnicismos.
Al realizar una descripción, lo primero que tenemos que hacer es:
A) Obtener un punto de vista del objeto, persona o paisaje que deseamos describir; este punto de vista debe contener los rasgos más característicos de la imagen. Esta imagen deberá ser interpretada, sintetizada, agrandada o reducida, embellecida o afeada, comentada y transformada.
B) Realizar una observación previa; esto es, concentrar la atención en los detalles. Al hacerlo debemos emplear los cinco sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Antonio Albalat distingue dos clases de observación: la directa y la indirecta; la primera es la copia hecha en el lugar o frente a la persona u objeto a describir; y la segunda es por medio del recuerdo sedentarizado de esas mismas imágenes.
C) Reflexionar, es decir, analizar y valorar los rasgos, los movimientos y las formas características.
D) Después de acumular las imágenes con los anteriores procesos, debe trazarse un plan de descripción, ordenando las imágenes de tal manera que resalten las esenciales de las secundarias.

DIFERENTES TIPOS DE DESCRIPCIÓN

Los tipos de descripción dependen del objeto a describir; pueden ser cosas, paisajes, o sujetos inmóviles (descripción pictórica); los objetos o seres a describir están inmóviles y el sujeto que describe en movimiento (descripción topográfica); y los objetos descritos en movimiento y el descriptor inmóvil (descripción cinematográfica).
a) Descripción pictórica: es aquella en la que reflejamos las imágenes por sus rasgos esenciales, cuidando de la luz y el color, la distribución y proporción de las masas, asi como la delimitación de las escenas. Debemos hacer uso de las palabras precisas, no es admisible la vaguedad. Debemos convencer e ilustrar; crear una imagen clara de lo descrito.
b) Descripción topográfica: suele emplearse este tipo descriptivo en las crónicas de viajes. El relieve es un elemento principal. No es necesario decir todo lo que se ve, sino sus detalles más característicos.
c) Descripción cinematográfica: en ella es importante dar la impresión de movimiento, destacar la variedad, y traer a primer plano los rasgos más sobresalientes; conviene tener en cuenta el sonido y el ritmo de los movimientos. Por medio de esta descripción es como si transportáramos al lector a un espectáculo. Requiere luz, color, movimiento, relieve y sonido.

CONSEJOS PRÁCTICOS AL DESCRIPTOR

Hay que recordar que el trabajo de descripción tiene mucho de arte y en vastas ocasiones se le compara con el del pintor; es decir que se requiere de un talento descriptivo personal para recrear las imágenes. Pero a diferencia del pintor o del fotógrafo, el descriptor recrea y anima. No describe los rasgos, va más allá, los muestra y da la ilusión de vida.
1) Al hacer una descripción no es lo importante acumular circunstancias y frases figuradas, porque estas pueden no despertar emociones; lo importante es crear la imagen de lo descrito y que esta transmita emoción y fuerza expresiva.
2) La primera condición de lo descriptivo es la “viveza figurativa”, la capacidad de animar los objetos inanimados.
3) Cuanto más relieve se logre en los trazos mejor será la descripción del objeto; hay que aproximarse a lo natural; es decir cuidar realidad y relieve.
4) Es necesario depurar lo descrito con criterios plástico y moral. Debemos evitar la vulgaridad y el exceso de fantasía.

EJEMPLOS DE DESCRIPCIÓN

A continuación ofrecemos cuatro ejemplos de descripción: el retrato “Miguel de Unamuno, boceto en pocas líneas” de José María Salaverría; la etopeya “Esther” de Benjamín Jarnés; las topografías (pictórica) “La plaza de un pueblo” de Ramón Pérez de Ayala y, (cinematográfica) “De la montaña de Venezuela” de Manuel Díaz Rodríguez.

“Miguel de Unamuno, boceto en pocas líneas.
Es un hombre físicamente bien plantado, bien formado de miembros, erguida la cabeza, de aspecto robusto y atestiguando una salud firme, igual, a salvo de las caprichosas infidelidades tan comunes en la raza que tiene como oficio el escribir. No. Miguel de Unamuno no muestra los estigmas del oficio. Carece de los signos exteriores de esa enfermedad que llamamos literatura, y que se manifiesta en los ojos cansados, la mirada ausente, el gesto personal de fatiga o de irritabilidad, el color mustio, el cuello doblado, el cuerpo entero desgalichado.
Con una vanidad muy vascongada y muy bilbaína, Unamuno hace gala de su perfección fisiológica y de su buena arquitectura física. Suele sacar el pecho para afuera con cierta jactancia de muchacho vasco que presume de airoso, o se estira y un poco se pavonea en el aire de señor fuerte, de caballero salmantino que acaba de quitarse los arreos de montar. Habla con voz bien timbrada, algo aguda, mira de frente y con un poco de énfasis observador; y se advierte en todo él una voluntad constante de compostura en el además externo del individuo.
Pero a falta de signos físicos que denoten su naturaleza de escritor, Unamuno se encarga de poner una serie de gestos y marcas sobre su persona que han logrado la celebridad. Empieza por vestirse una especie de librea, que consiste en un traje de paño azul oscuro, un chaleco cerrado hasta el cuello de la camisa, zapatos de punta chata y sombrero flexible redondo. Nunca hace uso de gabán ni capa. Con esto, y con su barba triangular y sus gafas, se ha compuesto una verdadera figura, un rótulo, una pose para circular por todos los periódicos ilustrados del mundo.”

“Esther.
Es toda suavidad. Prefiere ir envuelta en tonos grises. Parece así un poco de niebla cuajándose en busca de su forma. El mismo blanco, en ella, como todos los colores, prefiere apagar su acento, diluirse en fina bruma.
Pero dentro de esa nube –deliciosa y mate-, bien sabemos que multiforme espíritu nos aguarda, que encantadora femineidad espera su madurez para estallar en luces.
Estrella que no precipita a correr su órbita. Prefiere la blanda lentitud. Su misma vitalidad la prefirió en todas las fases. Tiene edad de mujer y es una niña. Y acaso continue siéndolo mucho tiempo. Se ve que le duele despedirse de su infancia. Por ella pasó el tiempo de puntillas: ella apenas se dio cuenta.
Pero su vida interior no es ya de niña. El alma suele seguir distinto calendario. No me sorprendería oír hablar, en Esther, a la mujer de treinta años, y apenas cumplió veintidós. Es infantil –no pueril- en la superficie. En lo profundo, la mujer, se está granando.
Las edades no tienen límites fijos; hablo de edades del conocer y del sentir. Desde luego, Esther posee corazón de joven y vitalidad de niña. Aunque es difícil señalar la verdadera estación actual de su espíritu.
Nunca se sabe si ha comprendido enteramente o no alguna cosa. Paladea todos los sabores del no saber. Su ignorancia –juega con ella- es a veces tan graciosa, que da pena destruirla. ¿No llega, a veces, a fingir demasiado que ignora?”

“La plaza de un pueblo.
La plaza del Mercado, en Pilares, esta formada por un ruedo de casuchas corcovadas, caducas, seniles. Vencida ya la edad, busca una apoyadura sobre los pilares de los porches. La plaza es como una tertulia de viejas tullidas que se apuntalan en sus muletas y muletillas y hacen el corrillo de la maledicencia. En este corrillo de viejas chismosas se vierten todas las murmuraciones y cuentos de la ciudad. La plaza del Mercado es el archivo histórico de Pilares…
Una casucha con dos ventanas, tuerta de una de ellas, que se la cubre, como parche de tafetán, con una persiana verde, y la otra chispeante de malicia alegre, a causa de un rayo de sol crepuscular, y con la boca del único balcón torcida en mueca cazurra, parece que acaba de dar una nueva noticia sabrosa. Otra de las casas, o de las viejas, a quien la pesadumbre de los años y desengaños hace apática frente a las picardías del mundo, se alza de hombros, desdeñosamente. Otra vieja, en señal de escándalo, eleva al cielo los brazos esqueléticos y tiznados, que son las chimeneas. Las demás viejas se encogen entre sí y componen raros visajes, riéndose con fruición disimulada. En medio de la plaza, una fuente pública mana y chichisbea, símbolo de la murmuración inagotable. El agua, que sale pura de una cabeza de dragón, rebosa de la taza y circula, cenagosa, entre guijarros y basura.”

“De la montaña de Venezuela.
A medida que aumentaba su intimidad con ella, la montaña tomaba a sus ojos la aparición de un ser vivo. Se la representaba a veces con la vida formidable de un monstruo, por los cruentos desgarrones de su piel, que son las grietas y caminitos rojos de la sabana; por su dura y enorme osamenta berroqueña, lo áspero de sus riscos y lo abrupto de sus farallones; por el traicionero y súbito despeñarse, como el violento fruncir de un ceño irritado y colosal, de uno de sus peñascos de la cumbre, que muy de tiempo en tiempo se precipitan con estrépito al valle, descuajando la selva; y por la imagen evocada a la visión de algunos de sus contrafuertes, partidos y arqueados en forma de figura de garras que hacia el corazón del valle tendía con ansia asesina, sobre todo cuando el forastero capimelao, menudito y rojo, anuncio de la estación fría y seca, brota y se extiende en ellos como una mancha de sangre.
Representábasela otras veces con la vida noble de un ente magnánimo, protector y divino, que por sus oquedades frescas y profundas, echase a discurrir perennemente el alma diáfana del agua y, con el agua, diese el pan y el contento, la hacienda y la vida, a muchas familias de labradores. Otras veces, en fin, se le antojaba con la vida tierna y frágil de quien se recobra apenas de una grave enfermedad, o con la vida suave y graciosa de la doncella o del niño, por sus dulces estrellados o mesetas leves en declive y holgura; por sus represos cuajados de lirios o anémonas; por los vagos tonos efímeros que el agua y la luz del cielo, según la hora y la estación, le dan, de claras amatistas y esmeraldas, de violetas o lilas, así se abrigue bajo el denso y cándido ropón de sus nieblas o se eche por sobre senos y hombros el airoso velo de sus neblinas, o se recoja como tiritando detrás de la gasa impalpable de sus garúas”.

3 comentarios:

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  2. Valiosos lineamientos y buenos ejemplos para iniciadores del arte de escribir y aprendices como yo.
    Gracias mil.

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  3. Valiosos lineamientos y buenos ejemplos para iniciadores del arte de escribir y aprendices como yo.
    Gracias mil.

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