lunes, 29 de junio de 2009

Recursos del redactor: la palabra




En la tarea del redactor, la palabra es, uno de los elementos principales, pues se trata de la arcilla que hemos de modelar. Es por ello que la calidad de redacción mejorará en la medida en que ampliemos nuestro vocabulario. Pero no es sólo el vasto conocimiento del Diccionario, lo que nos convierte en escritores; la palabra es sólo una materia prima, pero a la cual no podemos emplear adecuadamente, si desconocemos la exactitud de su significado. Además de un amplio diccionario, es imprescindible saber mezclar las palabras, combinarlas y contrastarlas, mediante las normas que ya hemos estudiado, para poder darle lustre a nuestro trabajo.
El maestro García de Diego, en su obra “Lecciones de lingüística” explica que “la palabra no es nada más que en la frase, y en la frase no tiene su cúmulo de acepciones, sino una sola, y esta sola acepción no es puro valor de la palabra, sino acepción recibida del contexto o polarizada por él. La palabra, elemento de frase, tiene en ella una significación momentánea, determinada por la situación o contexto. La palabra, estrictamente hablando, no tiene significación sino aptitud de significación. Tal palabra puede recibir las veinte significaciones que el diccionario le asigna, pero también las que no le asigna”.
Marouzeau ha dicho que “la palabra no significa más que lo que en cada caso representa para el que la pronuncia y el que la escucha. ¿Qué significa “lago”? Para un geógrafo, un elemento de la topografía; para un turista, será la evocación de un alto a la orilla del agua; para un pescador, el recuerdo de un buen día de pesca; para un poeta, acaso no sea más que una reminiscencia de Lamartine”.
Es la tarea del redactor, dar vida, fuerza, significación y sentido a las palabras, según el empleo que se les otorgue. La belleza de un texto no radica en la cuantía de los vocablos empleados, sino en su combinación, de su engarce en un trozo literario; y su profundidad está en aquello que, valiéndose de la palabra, hagamos sentir o pensar al lector.
Las palabras no tienen una belleza o una fealdad innata. Su sonido aislado no es lo importante, sino su cadencia dentro de la frase.
Don José Ortega y Gasset ha dicho de la palabra que, “en el diccionario las palabras son posibles significaciones, pero no dicen nada… Las palabras no son palabras sino cuando son esqueleto de sus efectivas significaciones, siempre más distintas o nuevas, que en el fluir nunca quieto, siempre variante del hablar ponen en ese esqueleto la carne de un correcto sentido.
El individuo que quiere decir algo muy suyo y, por lo mismo, nuevo, no encuentra en el decir de la gente, en la lengua, un uso verbal adecuado para enunciarlo. Entonces el individuo inventa una nueva expresión. Si esta tiene la fortuna de ser repetida por suficiente número de personas, es posible que acabe por consolidarse como uso verbal.
El habla no consiste solo en palabras, en sonidos o fonemas. La producción de sonidos inarticulados es sólo un lado del habla. El otro lado es la gesticulación total del cuerpo humano mientras se expresa… Hablar es gesticular.
La palabra no es palabra dentro de la boca del que la pronuncia, sino en el oído del que la escucha… la lengua es, ante todo, un hecho acústico.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que si hay palabras vacías de significado, de tal manera que sólo son instrumentos gramaticales. Un texto en el que predominan esa categoría de vocablos, produce una impresión de vulgaridad. Por el contrario, la abundancia de palabras con valor significante otorga a la frase densidad, y esta, es considerada como uno de los elementos de un buen estilo; pero dicha densidad tampoco debe ser abusada, pues se vuelve fatigosa y difícil de sostener, pues exige del lector un esfuerzo de comprensión.
Como palabras vacías o semivacías, tenemos las partículas fijas, afijas, o semifijas que se unen a las palabras; las formas que se unen al verbo, sustantivo y hasta adjetivo para determinarlos o calificarlos. Los adverbios cuando son independientes, y que se emplean para modificar el sentido del verbo o del adjetivo. Los propios adjetivos calificativos; las partículas (preposiciones o conjunciones), el artículo demostrativo y el pronombre introductivo.
Por último hay que cuidar el sentido ambiguo de las palabras, y ya que son pocas aquellas que tienen un solo significado, y además claro; hay que analizar muy bien las diferencias sutiles o matices de significación, incluso de los llamados sinónimos, para evitar la divagación.
Los términos se califican de unívocos, equívocos o ambiguos. Son unívocos cuando sugieren un solo significado, por ejemplo la palabra “catedral”; en tanto la palabra templo es equívoca pues reúne varios significados, por ejemplo recibe ese nombre el lugar donde se celebra oración, mientras el propio cuerpo humano es llamado templo del espíritu. En la lengua, los términos equívocos son más numerosos que los unívocos, pues estos constituyen la mayor parte de los nombres y adjetivos del lenguaje. El mayor número de vocablos equívocos lo constituyen aquellas palabras que han transferido su significado, por ejemplo la palabra “pie” que originalmente designaba al pie de un ser humano (del latín “pes” o “pedis”); más tarde, y por analogía, la palabra se extendió a todo aquellos que constituye la base en que se apoya algo: “el pie de la montaña”, “el pie de la fotografía”, etcétera.
En resumen, al momento de la redacción deberá tenerse muy en cuenta la ambigüedad de las palabras, para que al escribir evitemos posibles confusiones de sentido; y procurar que cada palabra empleada lleve una significación precisa dentro del contexto de lo enunciado.

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