jueves, 25 de junio de 2009

Prosopopeya


Prosopopeya, es el efecto de atribuir cualidades propias de los seres humanos a los animales o a las cosas inertes.
“Digo, pues, que yo me hallaba bien con el oficio de guarda ganado, por parecerme que comía el pan de mi sudor y trabajo, y que la ociosidad, raíz y madre de todos los vicios, no tenía que ver conmigo, los pastores “¡al lobo Borcino!”, cuando acudía, primero que los otros perros, a la parte que me señalaban que estaba el lobo: corría los valles, escudriñaba los montes, desentrañaba las selvas, saltaba barrancos, cruzaba caminos, y a la mañana volvía al hato, sin haber hallado lobo ni rastro del anhelado, cansado, hecho pedazos, y los pies abiertos a los garranchos, y hallaba en le hato, o ya una oveja muerta, o un carnero degollado y medio comido del lobo. Desesperábame de ver cuan poco servía mi mucho cuidado y diligencia. Venía el señor del ganado: salían los pastores a recibirle con las pieles de la res muerta; culpaban a los pastores por negligentes, y mandaban castigar a los perros por perezosos; llovían sobre nosotros palos, y sobre ellos reprehensiones; y así, viéndome un día castigado sin culpa, y que mi cuidado, ligereza y braveza no eran de provecho para coger el lobo, determiné de mudar estilo, no desviándome a buscarle, como tenía de costumbre, lejos del rebaño, sino estarme junto a él: que pues el lobo allí venía, allí sería más cierta la presa. Cada semana nos tocaban a rebato, y en una oscurísima noche tuve yo vista para ver los lobos, de quienes era imposible que el ganado se guardase. Agácheme detrás de una mata, pasaron los perros, mis compañeros, adelante, y desde allí oteé, y vi que dos pastores asieron de un carnero de los mejores del aprisco, y lo mataron, de manera, que verdaderamente pareció a la mañana que había sido su verdugo el lobo. Pasméme, quedé suspenso cuando vi que los pastores eran los lobos, y que despedazaban el ganado los mismos que lo habían de guardar. A punto hacían saber a su amo la presa del lobo, dábanle el pellejo y parte de la carne, y comíanse ellos lo más y lo mejor. Volvía reñirles el señor, y volvía también el castigo de los perros. No había lobos; menguaba el rebaño; quería yo descubrirlo, hallábame mudo; todo lo cual me traía lleno de admiración y de congoja. “Válgame Dios –decía entre mí-. ¿Quién podrá remediar esta maldad? ¿Quién será poderoso o dar a entender que la ofensa ofende, que los centinelas duermen, que la confianza roba y el que os guarda os mata?”. (Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), “Coloquio de los perros”).

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