Ironía, una burla disimulada que da a entender lo contrario de lo que enuncia.
“No ha dos horas aún esperaba el correo… la alegría brillaba en mis ojos. -¡Noticias de las Batuecas! –exclamaba. ¡Cuánto se engaña el hombre! Llega un propio acelerado; mi mano trémula se resiste a romper el negro lema… y… ¡qué horror! El Bachiller… ¡ha muerto! ¿Alguna alevosa pulmonía? No; no era un soplo de aire quien había de matar a un hablador. ¿Una apoplejía fulminante? ¡Ah! Un pobrecito no muere de apoplejía. ¿Murió de tener razón? ¿Murió de la verdad? ¿Murió de alguna paliza? Pero ¡ay!, era su estrella dar palos y no recibirlos. ¿dio con alguno más hablador que él? ¿Murió de algún tragantón de palabras?…” (Mariano José de Larra, “La muerte del pobrecito hablador”).
“No ha dos horas aún esperaba el correo… la alegría brillaba en mis ojos. -¡Noticias de las Batuecas! –exclamaba. ¡Cuánto se engaña el hombre! Llega un propio acelerado; mi mano trémula se resiste a romper el negro lema… y… ¡qué horror! El Bachiller… ¡ha muerto! ¿Alguna alevosa pulmonía? No; no era un soplo de aire quien había de matar a un hablador. ¿Una apoplejía fulminante? ¡Ah! Un pobrecito no muere de apoplejía. ¿Murió de tener razón? ¿Murió de la verdad? ¿Murió de alguna paliza? Pero ¡ay!, era su estrella dar palos y no recibirlos. ¿dio con alguno más hablador que él? ¿Murió de algún tragantón de palabras?…” (Mariano José de Larra, “La muerte del pobrecito hablador”).
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